Ya no existe el valor de uso

Ya no existe el valor de usoHay tantas mercancías (entre ellas eso que llaman "arte", el "arte" de los museos, de las galerías, de las exposiciones, arte muerto) que no cubren ya ninguna necesidad humana. La mercancía se ha independizado. La economía, no como sistema productivo, sino como sistema alienante, se ha impuesto.El papel de la organización revolucionaria consiste en destruir el sistema económico. Y ese papel no existe en las urnas ni en la burocracia, ni en ninguna organización ni vanguardia, sino en los brazos, en el juego, en la libertad, en todos nosotros.


Arte

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domingo, 5 de junio de 2011

¿Paseo, deriva, vacile...? Yo lo llamo "De bar en bar"

  Los misterios de Torrecilla
o
De bar en bar hasta el final



1.- A manera de explicación

Hacía tiempo que quería realizar un paseo al azar por una, dos o más calles del barrio de Lavapiés. ¿Por qué Lavapiés? Cierto, por qué. Podía haber elegido Vallecas, Tetuán, el barrio donde vivo, cualquier otro. Pero elegí ese. 'Un barrio urbano no está determinado únicamente por los factores geográficos y económicos, sino por la representación de sus habitantes y los de otros barrios tienen de él'1 y la percepción que yo tengo de Lavapiés es muy grata: el barrio multicultural. El barrio que cada dos por tres sufre persecución por parte de la policía. Esto no es más que una especie de comunión con dicho barrio y sus gentes.
No pretendí en ningún momento realizar un mapa psicogeográfico de la zona recorrida. Tampoco deseo que estos comentarios “sirvan como consigna en este gran juego”. Mi objetivo es divertirme, tanto en el momento del paseo como en el de la escritura. Creo que lo he conseguido en ambos momentos. Además hubo una sorpresa final que, si bien me impidió seguir con el juego, me produjo una gran alegría.
Parto, pues, dentro de la zona elegida, del principio de la calle Santa Isabel, por la parte de atrás del Mercado de Antón Martín, junto a la Carnicería P. Martín. No llevo ningún objetivo, ni siquiera “la búsqueda de un urbanismo psicogeográfico”. Sí que llevo conmigo el deseo de experimentar efectos psíquicos, lúdicos, causados por las calles, las casas, las gentes, los bares, las tiendas, los suspiros, las sombras, los escondites, los cubos de la basura, los sueños que pueda encontrar en el aire. Esta es la motivación inicial y final del recorrido. Por eso el paseo podría ser considerado casi como una deriva. Una minideriva. Un dejarse llevar mínimamente. Mínimo porque el recorrido fue corto, se limitó a una calle, Torrecilla del Leal. Supongo que, al ser la primera vez, al no tener en mí el desarrollo de la observación psicogeográfica, el azar ha podido jugar un papel destacado.

2.- Se produce el encuentro

En la confluencia de la calle Santa Isabel con Torrecilla del Leal hay dos ambulancias del SAMUR. Llega otra. Hay tres ambulancias del SAMUR. Apenas una para otra se va. Quedan dos ambulancias del SAMUR. No se sabe qué pintan allí, no parece que nadie necesite de sus servicios. Ambulancias sin servicio. Es el primer misterio con el que me encuentro.
Esquina de la Calle de la Rosa y Torrecilla del Leal. Comienzo a bajar por esta última, es más larga. Los edificios son bastante anodinos, no me dicen nada.
Dos mujeres hindúes se cruzan en mi camino. Tal vez sea yo el que se cruza en su camino. Una de ellas lleva a un niño de la mano. Abajo, a la derecha, cuando la hondonada inicia una subida, la calle del Olmo se cubre con la frondosidad de unos árboles que quieren tapar la calle. Y recuerdo, no se por qué, un canto infantil: “A tapar la calle, que no pase nadie...”
Torrecilla abajo. Me atraen más las sombras de los edificios, que la de aquellos árboles. Paso por el mesón restaurante “O'Barquiño” y alguien sube estrepitosamente el cierre. Un respingo de susto recorre mi columna, creo que lo he disimulado. Uno abre sus puertas, otro frente a él, llamado “Los Titos”, espera pacientemente la llegada de parroquianos.

 Cerca del mesón una tienda llamada “Alores”, dedicada a “material de Bellas Artes”, reclama la atención del paseante con unos dibujos que pretenden ser cubistas y que lo más suave que podemos decir de ellos es son naif. Es en este momento cuando empiezo a sentir cercanía con la calle, con las casas, las tiendas, bares. Esa tienda de “bellas artes”, tan hortera ella, me ha llamado al encuentro.






3.- ¿Estará “Plutón” dentro?

Los edificios inspiran ahora atracción. El número 7 es una casa de bonito ladrillo visto, con arabescos y balconadas de hierro que, probablemente construida en la segunda mitad del siglo XIX, presenta un tono historicista atractivo. Corona su fachada una cornisa de madera muy en consonancia con la fachada. Uno se imagina a sus habitantes, silenciosos, amables, casi felices. Es la fachada, es la casa.
La acera de los pares se interrumpe para dar paso a la calle de San Simón. Me llama la atención un individuo que sale de ella y se dirige susurrando “Ya estoy aquí, más pronto de lo previsto”, hacia una puerta frente a él, un local cerrado. Alguien en el interior apenas aparta un visillo, una sombra misteriosa escudriña la calle. Se abre una puerta de cristal y una mujer con vestido hasta los tobillos, sin decir nada, sube un cierre metálico de malla. Se aparta para que el individuo pase y todo vuelve a estar como antes. Mi imaginación se dispara. Estoy ante la puerta de una organización secreta del siglo XIX. Polizontes y fantasmas del pasado rondan por los alrededores.
Del “Café Doré” salen suspiros que atraen a nadie. En su interior, al menos de momento, sólo deseos. Y al lado lo que en tiempos fue una sastrería: “Sastrería Saiz Guzmán”, reza un cartel conservado encima de lo que fue la puerta, supongo, La puerta no está, una pared de cemento la ha anulado. No hay puerta... ¿no hay tienda? Si antes era una sastrería y ahora donde había puerta hay pared... ¿qué habrá pasado con el local? ¿Qué habrá dentro? ¿Qué misterio encierra? ¿Estará Saiz Guzmán emparedado en su interior? O, lo que es peor, ¿habrá detrás de la pared un gato tuerto llamado Plutón? Fantasmas, sastres emparedados, organizaciones secretas... ¡El misterio de Torrecilla!
No me propongo desentrañar dichos misterios, pero esta calle ya forma parte de mi interior. Los edificios mejoran su aspecto. La vida va cobrando sabor.

4.- Mariposas que no revolotean

Un coche de color rojo se ha parado en medio de la calle, no molesta, no pasan más. Una mujer con un niño habla a voces con el conductor. No discuten, son amigos, familiares o vecinos. Sale el conductor y deja las puertas abiertas. Desde atrás, a unos veinte metros, donde yo estoy situado, el coche, con las puertas abiertas, parece una mariposa atrofiada, naturaleza muerta, civilización avanzada. Cosa muerta que recuerda a lo vivo. No es posible. Las cosas se han impuesto, todo es cosa, mercancía. ¡La cosa! La imaginación se rebela y le da forma viva, mariposa de alas cortas, tan cortas que no puede volar. ¡Mariposa al fin! ¡Ay si pudiera volar!
Y despertamos del sueño junto al bar “El Despertar”, número 18. Tiene una hechura de serio. Madera en la fachada, cierres pintados con figuras de músicos, una de ellas, si no me parece mal, quiere ser Louis Amstrong. Lo que se ve a través de sus visillos, otros visillos que tapan la vista, es oscuro, como esos pubs irlandeses. ¿Por qué serán tan oscuros los pubs irlandeses? No se, no me termina de gustar.
Frente a él, en los impares, otro bar llamado “La Reina de la Casa”. No me inspira confianza.

5.- De aperitivo en aperitivo

Poca gente hay en la calle. Todos pasan de largo. Se oyen voces a lo lejos, bueno, no tan lejos. Me atraen las voces, pero me entretengo antes mirando la calle.
Cruzo Tres Peces. Frente a “El Despertar” otro bar, “El Aperitivo”. En la calle de Méndez Álvaro había otro bar que se llamaba igual, “El Aperitivo”. Una casa de dos pisos en cuyo bajo habían instalado el bar. Dos salones comedores. Viejo, entrañable, sucio. Gente obrera comiendo allí. Algún gitano de esos que viven cerca de las vías, tomando alguna bebida. Todos conocidos. Hoy el bar, la casa, ha sido derruida. Hoy los gitanos que vivían cerca de las vías del tren han sido expulsados. Hoy los obreros llevan sus tarteras al tajo.
Este otro “El Aperitivo” tiene una pinta igual de atractiva. Más cutre que los demás, más viejo, más historia, más fantasmas en su interior. A su lado hay otro, puerta con puerta, llamado “Tres Peces”, en la calle del mismo nombre. En su fachada de madera se anuncian los productos que uno pueda degustar en el interior: “Ventorrillo-murciano. Tapas y aperitivos”.
Entro en “El Aperitivo”. Sólo hay un parroquiano. Se toca con una gorra que imita a la del ejército alemán; lleva puesta una chaqueta que recuerda a las de los safaris africanos. Pido un botellín. 1,30 €. Entra otro cliente. Lleva una camiseta negra y barbas. La televisión está encendida. Nadie, ni el parroquiano de la gorra, ni el nuevo, ni la señora que está detrás de la barra, ni yo, le prestamos atención. Es como si de un mueble de decoración se tratara. Es necesario tener puesta la televisión para cumplir con el adocenamiento. La alienación no sólo es, además tiene que parecer. El de las barbas y camiseta negra ha pedido “unas hierbas”, es decir, un orujo de hierbas. De un tiento se lo trasiega. Paga y se va. Yo he dado un sorbo al botellín. El bar huele a algo que no identifico, como comida fuerte, pasada, como mezclada con moho, humedad, vejez. La señora de la barra ha sacado una cazuela con la intención de darme un aperitivo, lo he rechazado amablemente. No me gusta el olor. Puede que alguno de los fantasmas que creía había en su interior esté muerto y su espíritu corrupto canta por soleares. El de la gorra tiene un tic nervioso que consiste en levantar los dos codos cada tres segundos, separándolos del cuerpo. Me pone nervioso. De repente se ha puesto a hablar solo: “vamos a ver si me acuerdo del número”, dice sacando un teléfono del bolsillo. Parece que quiere llamar a su hermana. No debe de acordarse del número, pues ha vuelto a guardar el teléfono en el mismo bolsillo. La mujer de la barra me hace un gesto como diciendo, “déjale, es así”. Huyo de allí dejando la mitad del botellín en su lugar, la otra la llevo conmigo.

6.- “El 15” desde el “Aloque”

Sigo bajando la calle. Las voces que oía proceden de un grupo que hay en la acera. Charlan amigablemente, fuman y beben, tanto las voces como sus dueños. A la derecha, en la acera de los pares, hay otro bar, se llama “Aloque”. Entro. Especialidad en vinos. No es muy grande, hay un salón que recuerda a los antiguos tranvías: paredes de láminas de madera horizontales, asientos corridos de la misma madera. Me he sentado a una mesa situada en un gran ventanal que llega desde el techo hasta el suelo. He pedido un vino blanco. Sólo disponen de Valdepeñas, Rueda y Albariño. A mi estos últimos no me gustan, son demasiado ácidos y el precio sobrepasa su calidad. Para ser un bar de vinos, no demuestran tener muchas variedades. Me sirvieron un Rueda. Frente a mi, en la acera de los impares, se ve un bar, “El-15”. Es un bar normal, más atractivo que en el que estoy, donde soy el único parroquiano. En el otro hay gente, y mucha más en la puerta. Un grupo de cinco personas bebiendo y fumando. De ellos proceden las voces que oía. Se les une otro que ha salido del bar. Sin lugar a dudas es donde tenía que haber entrado. Pasa una señora de unos 70 años, lleva una bolsa de la compra en la mano, uno de los del grupo se apresura a cogerle la bolsa y, después de una corta charla, se va con la señora y su bolsa. Ahora hay seis personas, se lo están pasando bien, me dan ganas de ir con ellos, pero como no les conozco... Si estuviera dentro no me importaría entablar una conversación. Se han ido dos, quedan ahora cinco, pero dentro hay más de la misma pandilla. “El-15” es cojonudo. ¡Y yo aquí, en el “Aloque” solo!
Miro por encima de “El-15”, en un balcón hay colgada una bandera de esa España que jaleó el Mundial de fútbol como si aquello fuera la revolución. Ahora está vieja, descolorida, igual que su revolución. Y recuerdo un cartel que rezaba: “Vota, mira la televisión. No te preocupes”, yo hubiera seguido escribiendo, “... el Gran Hermano vela por ti”. Fútbol, televisión, la misma adormidera.
Regresa el que se fue con la bolsa y la señora. Hay seis personas. Algunas no son las mismas, entran, salen.
No me ha gustado el “Aloque”. Pago dejando la copa casi por la mitad, o casi medio vacía, a mi me da igual.

7.- Misterio esmerilado

Sigo calle abajo. Mi intención es llegar al final de la calle y luego regresar a “El-15”. Adelanto, porque está parado, a un norteafricano: “De lo que primero tiene que enterarse es de los sueldos de los demás...” decía a través del móvil. En la otra acera hay un solar tapiado. Se ven los tejados. Es como una gran U abierta desde la acera hasta las nubes, pasando por el interior que no puedo ver y me lo imagino sucio y con restos de escombros de la casa que debió de existir en él.
Un cierre a medio echar. Una puerta de cristales esmerilados que permiten pasar la luz del interior, pero no las sombras que se mueven. Otro misterio, otro centro de conspiración. Se está echando la noche encima, y la noche es el tiempo de conspiraciones.
Llego a una división de calles, una especie de encrucijada. Por mi izquierda Torrecilla, a mi derecha calle de La Escuadra. Algo más abajo, después de cruzar Buenavista, el final se precipita. Miro la librería “La Marabunta”, en la esquina de esta última calle. Y regreso. Me he quedado con ganas de entrar en “El-15”.
Subo ya pensando que el paseo está siendo influenciado, que ya no es tan aleatorio como hubiera querido. Pero sigo.
La gente que va sola se acompaña del móvil. ¡Ah, dichoso invento! ¿Cómo paseábamos antes de él? “Luego, cuando le llamé, me dijo que no. 'No tronco', me dijo...” Y siguió con su interlocutor y su tronco.
Y uno que llega a un portal. “Dime... Estoy en el portal... Cómo... Bueno, espera que voy a por ello”. Da media vuelta y sube a cumplir con el requisito exijido. ¿Qué le habrán pedido?

8.- Un final no buscado

Pero “El-15” ha sido abandonado. Ya no queda nadie. Subo entonces por Tres Peces. Los números 17 y 19 son casas bajas de dos pisos. La primera está muy bien conservada, su fachada está pintada de amarillo mostaza. Una terraza muy acogedora corona el edificio. Hay luz en el piso bajo. Los balcones del piso alto están abiertos, pero sin luz.
En el número 21 hay una “Taberna Gaditana”. Entro. Pido un Barbadillo.
Salón interior con un cartel que anuncia “A la playa”. En “la playa” hay mesas de madera, sillas de anea y madera.
Una ventana simulada, con su reja y sus geranios y la imagen religiosa completan el escenario traído de la bahía de Cádiz. Curioso bar. Regreso de la playa al mostrador, donde ya tengo puesto el Barbadillo y me encuentro esperándome a Eugenio Castro. Un abrazo, unas palabras..., un encuentro. Vive “aquí al lado” y va a la “Filmo”. Curioso, pensaba acercarme allí con la idea de encontrarme con él cuando terminara mi paseo. Curioso. Ya no hace falta, ya lo encontré. Ya me encontró.
Hablamos de vernos mañana en Enclave, ciclo “Imágenes del conflicto. Política, cine...” Mañana es “La Sociedad del Espectáculo”.
Es evidente, demasiadas cosas ya en la cabeza. Terminó el paseo, pues de seguir sería algo ya mediatizado.

1CHOMBART DE LAUWE, 1952. Citado por Guy Debord en “Teoría de la deriva”. Internacional Situacionista # 2, diciembre 1958.

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